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lunes, 21 de septiembre de 2009

TATA TIBURCIO

En toda familia Boliviana, existe un Tata Tiburcio.
Se preguntaran que significa aquello, es una característica social en Bolivia, que permite explicar de una manera lógica, el por qué alguna vez afirme que los bolivianos, vivan donde vivan, nunca dejan de serlo, que siempre viven pendientes de sus raíces.
En la casa de mis abuelos maternos, se llamo, Mama Leonor, una mujer de campo, de bella estampa, piel clara y tersa, ama de llaves de la casa, en verdad quien definía que se hacia o no podría hacerse en dicho hogar, fue Leonor la que crio a toda la familia, fueron sus polleras el paño de lagrimas de toda la familia, fue el guardián del reino, a tal punto que mi abuelo debía consultar con ella las posibilidades de festejar con una cena a algún amigo, el menú de la semana y todas absolutamente todas las cosas que hacen al quehacer domestico.
La conocí de pequeño, mis primeros recuerdos de ella, era sus cariños abrazos cuando visitamos la casa en vacaciones, una casona de tres patios, inmensa, tanto como el cariño que irradiaba Mama Leonor, fue quien compenso las preferencias afectivas que tenía mi abuela, hacia una nieta en particular, mi hermana Cecilia.
Recuerdo con particular afecto la ceremonia de recepción, verla salir presurosa, de sus dominios, el tercer patio de la casa, abrazarme con cariño, decirme “ancuco” llegaste, cuando puedas ven a verme - de inmediato - no me bien, se me permitía, luego de los saludos de rigor a mi abuela Elena, de reseñar brevemente lo acontecido en el año, mientras servían el té de bienvenida, corría a ver a Mama Leonor a su departamento, ella me esperaba sentada, con una manta sus cabellos canos, me hacia subir a un sillón de mimbre, me palpaba, se asombraba, de lo mucho, que había crecido y luego me mostraba sus tesoros, que eran los famosos dulces de mazapán de las monjas de Santa Clara, rellenos de dulce de lacallote.
La ceremonia secreta, fue, luego de despertar en la mañanas, bañarme, presuroso correr a verla, se me permitía dar un mordisco a las figuras blancas en forma de cerdo, que tenían esos deliciosos manjares, creo que, ella tenía un momento para cada nieto, nunca hacia diferencia alguna, que nostalgias de probar otra vez su memorable mermelada de durazno.
El árbitro cabal de las riñas diarias entre mi abuela Elena y su hermana María, que como dos niñas terminado el almuerzo discutían por algún -quítame esas pajas - para luego cada una, partir a sus quehaceres diarios, mi tía María, a su bella casona, con un centenario e impresionante árbol de “Pacay”, ahora un convento.
La vi, enferma, toda la familia revuelta, médicos entraron y salían, la vi partir, nunca se lloro tanto, mi madre desconsolada, bueno fue quien en la practica la educo, la cuido, le dio sabios consejos.
Hasta hoy se le rinde honores, se visita regularmente su nicho en el bello cementerio de Cochabamba, ella, Leonor, descansa al lado de mis abuelos, con su esposo.
Ceremonia religiosa en su honor cada cumpleaños, suyo.
Que ironía, nunca me entere que había sido casada, me entere al leer los nombres, en su nicho, le pregunte a mi madre, me conto que ella había perdido a su esposo en la contienda del Chaco.
En casa de mis padres, se llamo Justina, fiel amiga compañera de juegos, vigilante atenta, aquella persona en la que mis padres confiaron la seguridad y bien estar de todos sus hijos, nativa del norte de Potosí, del pueblo de - condo - la trajeron sus ´padres a los 16 años a mi casa, cuantas culpas asumió por proteger nuestras travesuras, cuanta vida compartimos juntos, cuantas vacaciones a Cochabamba, cuantas veces fui a la piscina, gracias a su bolsillo, a su sabiduría en saber administrar nuestros recursos, “Le voy a contar eso a tu madre” eran palabras, suficientes como para ponernos en vereda, controlar nuestras inquietudes, cuantas veces, salí en la noche para escoltarla camino a la tienda de bario, su principal travesura comprar cigarros y re-vendérselas al detalle a mi padre.
Cuantos viajes hice a la frontera con el Perú, en bus con ella, en sus días francos, para que comprase detergente para su venta en La Paz.
Como disfrute el enseñarle a leer y escribir, en esos momentos, poseía autoridad sobre ella, aunque después me costase el ser castigado lavando la vajilla, porque así fue, las labores domesticas eran sabiamente distribuidas en toda la prole, a su discrecionalidad.
La perdimos pronto, en su primer parto, falleció como muchas mujeres de fiebre peuperal, como recuerdo aquella difícil frase, quedo grabada en mi mente, inexplicablemente pese a que no tenía más de 12 años de edad, en ese tiempo.
Ya, de adulto fue Rufina, la mujer que educo a mi hijo, cuyo hijo lleva el nombre del mío en su honor, nativa de Santo Domingo de Machaca, fiel amiga, gran consejera, vigilante atenta a mis bien estar personal, espero que se sienta correspondida - considero que si - cuantos buenos recuerdos de esta noble mujer, cuantos cuidados recibí de ella cuando, enferme, como aprendió a colocar inyectables, porque si, en ella confié mi vida, más que en las enfermeras, como se rio al ver mi cara de espanto, cuando trajo médicos naturistas a mi casa, para ayudar, de risa alegre, un miembro más de mi familia.
En cada familia Bolivia hay un Tata Tiburcio, un – indígena originario – como ahora prefieren denominarlos, como hoy pretenden, - con total desfachatez - unos cuantos oportunistas políticos, la falsa posición de victimizarlos, que fueron discriminados explotados, me pregunto como sentirán ellos esta ofensa.
Conociendo en detalle, como conozco, su orgullo, su noble estirpe, sus deseos de superación.
A la frustración constante de falta de oportunidades, de falta de estudio, de falta de medios, de asistencia médica, ahora deben sumar el estima de ser discriminados, por alguien de su propia raza, de su origen.
Un oportunista con un discurso hueco, lleno de paradigmas y contradicciones.
Por ello estimados lectores, es que afirmo que un boliviano, residente en el exterior, es un boliviano, que nunca pierde contacto con su tierra natal, que siempre es vigilante del acontecer interno, que su mayor deseo es retornar a este terruño, para contribuir, para apoyar al desarrollo, para disminuir la brecha social.
En toda familia boliviana, existió un Tata -Padre - Tiburcio, unas ojotas o unas polleras que nos enseñaron su identidad, su amor por la tierra, nos dieron cariño, compartieron venturas y desventuras, riqueza y pobreza, salud y enfermedad.
Es quizás por ello que Bolivia, es un país notable en estudios sociales, revolucionario en adoptar medidas de solidaridad, pese a los esfuerzos de la mal llamada case política, de los caudillos de turno, de la demagogia, con la que nos gobiernan.
Por: Rene Ichaso Paz

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