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miércoles, 19 de agosto de 2009

BOLIVIA, PAIS DE CAUDILLOS

Confieso que soy tozudo, no es que particularmente, me encuentre orgulloso de serlo, considero que bien encaminado es un defecto que puede llegar a ser una virtud.
Son varias las notas que redacto sobre la característica de la sociedad boliviana de buscar desesperadamente un caudillo, que se haga cargo de la solución de sus problemas, duro concepto sin lugar a dudas.
Un paradigma, que aun nos toca resolver, somos los únicos responsables de nuestro destino, el mundo no tiene deudas pendientes que saldar con nosotros, nuestro destino, nuestro futuro, en fin nuestro desarrollo humano, intelectual, económico y social, depende exclusivamente de nuestra actitud hacia la vida.
Definamos términos, caudillo (del Latín: Capitellium, cabeza), se refiere a un cabecilla o líder ya sea político, militar o ideológico.
En un sentido amplio esta definición es utilizada para cualquier persona que haga de guía de otras en cualquier terreno, el uso le ha dado a la palabra caudillo una cierta connotación política.
Por lo general se emplea como referencia a los líderes políticos de los siglos XIX y XX.
La aparición en el siglo XIX de numerosos caudillos en distintos países sudamericanos, fue un fenómeno social denominado caudillismo.
La aparición en cada país de líderes carismáticos cuya forma de acceder al poder, llegar al gobierno se encuentra basada en mecanismos informales, difusos de reconocimiento del liderazgo por parte de las multitudes, que depositaban en "el caudillo" la expresión de los intereses del conjunto, la capacidad para resolver los problemas comunes.
El poder de los caudillos se basa en el apoyo de fracciones importantes de las masas populares.
El apoyo popular se tornaba en su contra cuando las esperanzas puestas en el poder entregado “al caudillo” se veían frustradas, se decidía seguir a otro, que lograra convencer de su capacidad de mejorar el país o la provincia.
Fenómeno que se dio en América Latina, durante prolongados períodos de su historia republicana; en algunos casos desembocó en fuertes dictaduras, represiones a la oposición, estancamiento económico y político.
En otros canalizó las primeras modalidades democráticas, federales en las repúblicas latinoamericanas, así como proyectos de desarrollo autónomo.
Algo que parece estar fuera de toda duda es que la sociedad necesita ser conducida por individuos.
La expresión más contundente de esta realidad es la figura del dirigente (el que dirige a la gente).
No se halla colectivo o no se conoce uno que no tenga dirigentes.
Sin embargo, existen sociedades donde se les da una importancia relativa, pues, junto con estos tienen a las instituciones, en tanto existen otras en las que su relevancia es casi absoluta, al punto que se sobreponen a ellas.
La historia de la Humanidad muestra que las sociedades que absolutizan la figura de los dirigentes o se inclinan por el gobierno de los hombres pasan experiencias dolorosas.
El gobierno de las leyes o las instituciones parece ser la mejor forma para garantizar la libertad y buscar el bienestar.
Una de las variables que explica estos logros es la fortaleza y el funcionamiento de sus instituciones
Es patente la necesidad de reformar la democracia representativa que ha sido el gran avance político europeo del siglo XX.
El gran logro fue pasar de los absolutismos e incluso de las dictaduras más crueles a la democracia social representativa.
Se habla de la democracia social que asegura servicios e ingresos para todos.
Una constante en los nuevos caudillos predican los mismos derechos para todos.
Suelen olvidar la exigencia de las obligaciones, abrumados por las demandas populistas, las entretienen con discursos más que con la estructuración de una economía saludable y sostenible.
Por esa vía no resuelven los problemas.
Los acaudalados, los ricos tienen cómo arreglárselas por sí mismos, mientras que los gobiernos populistas no les agobien con cargas que no puedan sostener.
Es cierto que el neoliberalismo confía demasiado en las virtudes ciegas del mercado, deriva en las grandes desigualdades sociales.
Pero el socialismo radical confía demasiado en los controles estatales en detrimento de las libertades ciudadanas.
En América Latina no han sido las mentes más brillantes, previsoras y prudentes las que se están imponiendo, sino algunos caudillos iluminados con la mirada retrospectiva al socialismo del pasado, rebautizado con el nombre de Socialismo del Siglo XXI que no dista mucho de sus antecesores, que suele terminar en el autoritarismo centralista, en el recorte inaceptable a las libertades ciudadanas esenciales.
Venezuela, para tomar un ejemplo en boga, anuncia leyes como la reelección ilimitada del Presidente, la transmisión de las competencias de gobernadores y alcaldes al gobierno central, una nueva ley electoral, otra sobre tierras urbanas, la de educación (léase adoctrinamiento).
Algo parecido es lo que nos espera, si la ciudadanía no hace prevalecer principios democráticos.
Los líderes conducen a la gente, pero, a diferencia de los caudillos, mejoran sus condiciones de vida, llevan una visión de futuro, construyen, consolidan instituciones.
No pretenden sobreponerse al imperio de la Ley, ni hacer creer que la salvación del mundo está en ellos.
Algo para meditar
Por: Rene Ichazo Paz

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